Filomena, la criada de Doménico, nos sitúa en el momento y
el lugar. Siglo XVI, Toledo, la Casa del Greco. Va a suceder un
acontecimiento fundamental para la historia del Arte.
El artista aparece en escena muy airado y profiriendo
maldiciones, narrando a Filomena el enojoso episodio vivido con
un caballero impresentable, a quien ha retratado con la mano en
el pecho, en vez de llevarla posada en la empuñadura de la
espada, como es su deber. Doménico se lamenta de la
incomprensión del citado caballero, a quien un ataque de hipo le
obligaba el día del posado a llevarse la mano al pecho
continuamente.
El caballero de la mano en el pecho se niega a
llevarse su retrato y rehúsa pagar al maestro, lo que provoca
que este monte en cólera. A los gritos acude la esposa del
pintor, doña Jerónima de las Cuevas, que logra serenarle y,
cantándole una nana, que acabe sumergido en un profundo sueño.
La escena es invadida por una espesa y misteriosa niebla,
en la que aparecen una serie de personajes de extraña figura que
le piden que les retrate tal y como les está viendo. Doménico
acepta retratarles sobre todo por la necesidad de despertar de
ese sueño tan tortuoso.
El Greco necesita entonces una modelo para pintar el primer
retrato, y el problema surge cuando se quiere servir de
Filomena, pretendiendo que deforme su cuerpo para que sea igual
al de las figuras de su sueño...
no lo sabía
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